Había estado jugando al Minecraft durante horas con mi amigo CJ el día anterior.
Llamaron al interfono, era de mensajería. Ya me había advertido mi padre de que vendrían a traer un paquete. Un cacharrín para ver el satélite del fútbol, pirata, sin pagar.
No tuve que abrir la puerta: el mensajero me pasó por encima de la cancela el paquete. Me dijo que le abriera la puerta de la salida de la urbanización y le abrí con la aplicación.
Ya era hora de salir del sótano y que me diera algo el aire. Entonces vi a gato negro, que es como llamamos a un gato negro que es medio nuestro porque le damos de comer y lo acariciamos pero no lo dejamos entrar a la casa para que lo ponga todo perdido de pelos.
Allí estaba gato negro maullando pero quieto como una estatua. Una esfinge.
Gato negro estaba sentado en una silla del porche. Fui hasta la caseta donde estaba también la barbacoa con el gato detrás de mis talones. Le eché un poco de pienso en el comedero, no tenía hambre , ni se acercó a la comida. El gato únicamente quería un poco de cariño. Era un gato zalamero, cansino.
Le hice una foto a gato negro para ponérmela en el estado de wassap. Todos mis amigos sabían que tenía un gato negro, a decir verdad teníamos otro: Draco, pero este último era más independiente y venía a la hora de comer y poco más. Ahora bien, había que tener cuidado con meterse en la casa. Era muy ágil y brincaba la puerta trasera del porche. La puerta del porche de atrás estaba dividida en dos; la parte de arriba y la de abajo, se puso así inspirada en las películas del oeste en las que los caballos sacaban la cabeza por la parte de arriba de la puerta.
A la ventaba de la cocina, que daba al porche, habíamos tenido que ponerle una malla con unas bridas para que los gatos no se metieran. Los gatos eran listos y aprovechaban cualquier resquicio para meterse en la casa.
Cogí mi Nintendo Switch y me dirigí a casa de Andrés, no hacía demasiado calor.
De camino me encontré a mi madre que venía de tirar los envases del reciclado a los contenedores de reciclable que están a la entrada de la urbanización.
Volví a casa para la hora de comer, fui al comedero de los gatos , colocado junto a la barbacoa, en el suelo, afuera de la caseta.
En la caseta se guardan los aparejos para la piscina.
Entonces ocurrió: gato negro habló. Sí. Maulló, hasta ahí sí. A continuación me dijo que vaya asco de pienso el que le daba, que si no podía darle de las bacaladillas y los boquerones que habían sobrado y que olía a través de la ventana de la cocina.
Estaba solo con gato negro, había vuelto de casa de mi amigo Andrés que entraba el viernes al instituto igual que yo. Él entraba a cuarto y yo a tercero.
Entonces volvió a ocurrir: gato negro maulló y habló y me dijo que qué hacía sin practicar, que ya estaba en tercero de profesional y tenía que tocar la viola.
Gato negro empezaba a recordarme a mamá, estaba más gordita y no sabía más que echarme reproches.
Lo primero que se me pasó por la cabeza fue contárselo a papá y mamá. Pero luego lo pensé dos veces; ¿y si gato negro no volvía a hablar más? Quedaría como un alucinado, como un loco. ¿Y si lo había soñado?
Volví con gato negro a acariciarle y a jugar con él, para ser exactos era ella, gata, hembra.
Estaba aburrido de tanto tiempo libre. Había estado leyendo durante días el Pentateuco. El pentateuco, como su nombre indica, son los cincos primeros libros de la biblia. Desde la creación hasta la muerte de Moisés.
No sabía qué pensar de las apariciones de Dios a Moisés en la zarza ardiente. La entrega de las tablas con las leyes. Las manifestaciones de truenos y de nubes a su pueblo elegido…
Todo eso eran fenómenos paranormales, no podía ser que Dios hablara con los hombres, aunque fuera a sus predilectos…
Y ahora resulta que gato negro había hablado. Pero eso no era cuestión de fe cómo las sagradas escrituras.
A todo esto vino Pablo y estuvimos jugando al Clash of clans. Luego llegaron Jacobo y Julio y estuvimos jugando al pilla pilla alrededor de la parcela.
La casa era el tronco de un árbol cortado porque su sombra no aportaba nada a la casa y sus frutos ensuciaban la piscina.
Me había escondido dentro de la casa y aproveché para lavarme las manos por haber tocado a gato negro.
La piscina estaba un poco verde, ya era el trece de septiembre y no hacía tanto calor para que hubiera ganas de bañarse en la piscina.
Mañana jueves repartían los horarios de clase y pasado mañana viernes empezarían las clases.
Lo de gato negro no sé si fue una alucinación pero como no deseaba que me encerraran por psicosis decidí mantenerlo en secreto.
Entre otras cosas decidí no contar a nadie lo de gato negro porque mi madre lo achacaría a los videojuegos. Y para mí los videojuegos son una verdadera pasión.