El hada de la verdad y la bestia inmunda

El hada de la verdad y la bestia inmunda.
En un pequeño reino, semejante a una aldea con variadas gentes de oficios dispares, habitaba una bestia peligrosa que tenía asustados a sus ciudadanos. No obstante, esta mala bestia era capaz de fingir y aparentar ser afable y grandilocuente para captar a sus víctimas.

Las principales características de la bestia eran la manipulación y el engaño. Terreno, el de la mentira, que manejaba a la perfección; llegando a despistar y confundir a personas con juicio, incluso, a despertar simpatías entre los más ingenuos.
En este reino habitaba también un hada soñadora y reservada, era el hada de la verdad. El hada cuidaba de un pequeño duende al que llamaban el duende de la imaginación por su admirable capacidad para inventar máquinas y artefactos extraordinarios.
Un tropiezo con la bestia innoble podía acarrear consecuencias fatales. En primer lugar por su agresividad y violencia, en segundo lugar porque siempre actuaba con engaño y felonía.

De igual manera adiestraba a sus sabuesos en la mentira y el engaño, ocultando sus horribles delitos, perpetrados por toda la aldea, los hacía creer que podían cometer cualquier crimen impunemente.
Algunas aldeanas habían contado al hada, pesarosas, cómo los sabuesos feroces habían atacado a varios de sus hijos.

El sabueso más feroz poseía unos ojos desorbitados. Estos eran un perfecto reflejo de una mente enferma, alimentada a base de mentiras, de hechos cometidos espantosos, consentidos y encubiertos por un amo que daba pábulo a su inclinación malévola y sus intenciones diabólicas.

Este instinto asesino llevaba al sabueso a tener predilección por los niños indefensos. Era un verdadero monstruo.

Claro que la mala Bestia no se quedaba atrás, de dientes deformes y ojos opacos de pura vileza era un espanto para los prudentes.
Una tarde la Bestia inmunda se abalanzó como un resorte sobre la desprevenida hada junto a la puerta del castillo.

La Bestia furibunda enganchó las alas del hada de la verdad con una red pegajosa y le increpó:

— ¿Cómo has osado molestar a uno de mis sabuesos, que son lo más grande de este reino?— gritó la Bestia.

— Bestia innoble, yo no he dirigido la palabra a ninguno de tus horribles sabuesos, no me acercaría a sus fauces ni por todo el oro del mundo. Me limitaba a advertir a una despistada gatita de que eres peligroso.— explicó el hada de la verdad.
— ¡Y apártate de mí, por favor, me asustas!— dijo el hada al fanfarrón.

Entonces el hada vio la mirada de la Bestia, una mirada cargada de odio y de crueldad. Una mirada más perteneciente al infierno que a este mundo. El hada supo que la Bestia no cesaría en su propósito de hacerle daño, tal era la naturaleza tenebrosa de su alma. No había que ser un adivino para conocer el trasfondo de aquel ser, una fea mancha inequívoca en un lado de la cara lo delataba.

En ese punto la Bestia acusó con falsedad al hada:

— ¡Has molestado a mi lindo sabueso, mandaré a los guardias a que te apresen! — dijo la mala Bestia.

— ¡No me he dirigido en ningún momento a tu maleducado sabueso!— exclamaba a voz en grito el hada de la Verdad.
El hada gritaba alterada, ofendida e impotente y lloró tanto que el reino entero pudo escuchar sus gritos de queja y angustia clamando ayuda. El hada en lo más fondo de su ser quería que se supiera lo que allí estaba pasando, por eso gritó y gritó hasta quedar sin aliento.
Lo cierto es que la pobre hada se desgañitaba dando voces defendiendo la verdad.
Mientras, el duende de la imaginación lloraba con profundo pesar lamentando no poder ir en auxilio del hada por encontrarse encerrado en sus aposentos a causa de un hechizo.

Estas lágrimas fueron tantas que con ellas se podrían regar todos los árboles del reino.

Su llamada de auxilio tuvo respuesta. Al hada se le acercaron habitantes de todo el reino, incluso de las afueras. Estaban cansados de la bestia y su patulea. Estaban hartos de que sus hijos sufrieran agresiones y ataques por parte de los sabuesos. No era casualidad que las fieras hubieran pasado por dos perreras distintas y tuvieran que ser expulsadas por su comportamiento. También informaron al hada de que la bestia en venganza había intentado encerrar en una mazmorra a una adiestradora de animales.
— No temas, hada de la verdad, te hemos contado nuestro testimonio. No tenemos miedo a contar la verdad y por eso nos hemos acercado a consolarte y traerte unas frutas del bosque para que recuperes las fuerzas y para que reanudes tus empresas y prosigas en la tarea de iluminar las mentes de los hombres.— así le hablaron las gentes de buena fe, mientras que la acompañaban.

El hada de la verdad se sintió profundamente agradecida y reconfortada y todos y cada uno de esos rostros estaban grabados amorosamente en su corazón.

Una vez que el verdadero rostro de la mala bestia ha quedado descubierto, la manera de responder a las provocaciones y engaños de la bestia inmunda es el silencio y el desprecio, pensó el hada.
El hada se sentía oprimida y amenazada en la aldea, de vivir despreocupada pasó a vivir inquieta y en continua alerta.

Sí, había estado asustada. Sí, habían conseguido hacer sufrir al hada. Pero lo que no sospechaban es que no estaba sola.

Una a una se fueron acercando personas atacadas de una u otra manera por la bestia.

Amenazas, insultos, todo lo sórdido todo lo grotesco en sus relatos iba perfilando la imagen de la bestia inmunda.
El señor con su mascota a la que provocaban, la señora del sombrero a la que un día la bestia levantó sus zarpas …

Quizá no fueran legión, pero eran un apoyo moral indiscutible.
Claro que la compañera de la bestia, la hiena, no era mucho mejor; la envidia destruía su alma y amargada por su propia mezquindad se dedicaba a arrojar su basura sobre los demás y a espiar a los pacíficos aldeanos.

En el fondo, la hiena lo que que deseaba es que los platos rotos por ellos los pagara un inocente, sedientos como estaban de víctimas.

Deberían llevar colgados un letrero que pusiera: “Cuidado que muerde”. Porque aunque el peligro se intuyera no se podía sospechar hasta qué extremo son capaces de llegar en la mentira y el engaño, pensó en hada.
El hada de la verdad quedó sumida unos días en una densa tristeza, pero un día sus alas se sintieron libres de nuevo, soltó una risa de alivio y alegría y voló y voló alto y entonó una canción maravillosa por todo el reino.
Lo que más le había preocupado y entristecido de todo, lo que casi rompe el corazón al hada era el llanto del duende de la imaginación, que también lo era de la paz. Noble, bondadoso, despierto y alegre, el pequeño duende había llorado amargamente por no poder ayudar a su amiga y por verla sufrir.
Una vez pasado este penoso trance el duende de la imaginación, con sus palabras de compasión y su corazón de oro, mostró al hada que debía olvidar la afrenta, que en el fondo la bestia, sus sabuesos y la hiena no eran más que criaturas desgraciadas y por tanto había que sentir compasión por ellas.
Así mismo, el duende de la paz enseñó al hada que tenía muchos motivos por los que estar agradecida como para desperdiciar un solo instante de felicidad. Con un beso en la frente el hada le expresó al pequeño duende la inmensa ternura que su amistad despertaba en ella y tomaron un camino distinto para evitar a la bestia y olvidar aquel mal sueño.

El retablo de las maravillas 

El retablo de las maravillas es una obra de teatro de Cervantes que me ha recordado mucho al cuento de El rey desnudo o El traje nuevo del emperador (Keiserens nye Klæder) cuento de hadas danés escrito por Hans Christian Andersen.En realidad es un engaño que pergeñan unos pícaros.

La hipocresía y el engaño son las ideas principales.